Marina nunca entendió por qué su padre la había abandonado en aquella casa, llena de niños y adultos desconocidos. Estuvieron un rato juntos, visitando el lugar, de la manita, trasteando con los juguetes que encontraban por el suelo, pero cuando quiso darse cuenta, él se había marchado, dejándola sola.
Y Marina lloró desconsoladamente por un buen largo rato. Una adulta la quisó animar, presentándole a otros niños abandonados, jugando, cantando, pero era imposible. Lloró, lloró y lloró hasta que ya no le quedaban más lágrimas y, aún así, lloró más.
Con el paso del tiempo, se fue acostumbrando a la tristeza y al dolor. Se hizo amiga de los otros niños, de la pequeña Annie, la traviesa Bea y el tímido Gorka, incluso del adulto aquel al que llamaban Jon y que estaba allí para lo que necesitarán. Él los cuidaba, les daba de comer y les enseñaba. Pero echaba en falta a su familia. Pensaba en lo mucho que los había querido y en la pena que le daba no volver a verlos nunca más.
Fue entonces cuando llegó su madre. Marina se lanzó a ella salvajemente, la abrazó y se apretó para que no la soltase nunca más, y rio a carcajadas, contenta, mientras se marchaban de aquel horrible lugar.
Volvieron las dos a la casa de la cual nunca tendría que haberse marchado. Allí estaba también su padre, que la besó con fuerza, sintiéndose culpable por haber sido tan malvado. Le costaría perdonarle, pero se le daba tan bien hacerle reír, que lo acabaría consiguiendo.
Aquella noche, Marina durmió más feliz de lo que nunca recordaba. El tiempo pasado había sido duro, había sufrido mucho, pero ya estaban todos otra vez juntos.
El terror volvió al día siguiente. Como si nada de aquello hubiese ocurrido ya, su padre volvió a llevarle a aquel sitio, volviendo a abandonarla. Todo se repetía de nuevo, igual que había pasado el día anterior.
¿Todo eso por una guardería?
ResponderEliminar:)
Las guarderías las carga el diablo😂
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