Este microrrelato tiene ya algo más de tres años. Lo escribí para alguien a quien no voy a poder leérselo, y ahí ha quedado guardado.
Pero ahora, tras rescatarlo, me he decidido a darle una revisión y subirlo.
Mirándome en el espejo
He estado toda la noche aterrada, con aquella
gran preocupación rondando por mi cabeza. A eso hay que sumarle las peleas de
mis hermanos mayores a plena noche y los ronquidos de mi padre, acallados a
ratos por el chistar de mi madre. Apenas he podido dormir. Así que, esta mañana, he
decidido comprobar como andaba todo en mi organismo para poder quitarme aquella
incertidumbre de encima.
Nada más levantarme me he dirigido directamente
al baño grande, aún con mi pijama de Ninjagos. Me encanta Zane, pero esta noche
me ha tocado cambiarme y estoy con el de Nya, que no está tan chulo pero también es lindo. He cogido el escalón del Ikea
para poder llegar bien al lavabo y verme reflejada en el espejo. Como aún no soy muy alta, me ha
tocado ponerme de puntillas para poder verme algo más que la nariz. Así he
podido verme la boquita. Y es que el baño pequeño tiene el espejo aún más alto
y allí sólo me veo la frente, y eso haciendo un esfuerzo.
Todavía tenía legañas, pero de eso ya se ocuparían ama o papá cuando se levantasen. Aunque se lo he
querido pone fácil y me he quitado la más grande de todas, más que nada porque
me molestaba para mirarme con atención.
He fruncido el ceño todo lo que he podido
para poder ver mejor, como hacen los mayores cuando prestan atención a los mensajes del móvil o cuando están
trabajando con sus portátiles. No noté mucha diferencia, pero si lo hacen los mayores es
que tiene que funcionar muy bien.
Y, entonces, he abierto la boca mucho, pero
mucho, mucho, mucho, para poder sacar la lengua entera. No veía nada llamativo,
así que he tenido que fruncir aún más el ceño hasta que me ha dolido un poco la
cabeza. Eso seguro que significaba que lo estaba haciendo bien.
Primero me he fijado en la puntita de la
lengua. La he movido bien hacia todos los lados, arriba y abajo, pero seguía sin ver el motivo de mi preocupación. Bueno, sí, algo sí que he visto. La tenía rojita y había muchos
puntitos requetepequeños de los que nunca me había percatado. No sé, lo mismo esos
puntitos sólo aparecen por la mañana y luego desaparecen al tomar leche. A lo mejor son las
legañas de la lengua. Pero no había nada más. He hecho más fuerza y la he sacado aún más, hasta que me ha dado una arcada, pero no he conseguido encontrar nada
más.
Así que lo mismo había algo que no andaba
bien. Me he puesto un poco triste, mientras seguía intentando descubrir algo
haciendo aún más fuerza con mi entrecejo y diciendo muy fuerte
"aaaaah" como cuando el médico me pone el palito en la boca.
Entonces ha entrado ama en el baño,
bostezando mientras me miraba y sonreía. Después del bostezo, claro, porque no se puede sonreír y bostezar a la vez,
que yo ya lo he intentado y no lo he conseguido.
-Buenos días, princesa, hoy has madrugado mucho.
-Buenos días, ama. Es que no podía dormir - le he
respondido tras esconder la lengua. Me ha dado miedo durante unos segundos por
si me la tragaba, de lo rápido que me la he guardado.
-¿Y eso, peque? – me ha preguntado, mientras se acercaba a mí para darme
mi merecido besito matutino.
-Es que estoy preocupada, ama – me he
sincerado, mientras le mostraba el interior de mi boca – mida, mida -. No se me
entendía muy bien, lo reconozco, pero ama siempre sabe lo que digo porque es
como adivina.
-Ya veo, vaya lengua más grande- me ha
dicho - ¿y qué le pasa? Yo la veo bien.
-¡Que no tiene pelos! – he respondido, indignada- Ama, ¿tengo la lengua mal? ¿Cuándo salen los pelos?
Ama se ha echado a reír, no tengo muy claro el
porqué, pero me ha dado un fuerte abrazo para animarme.
-Hija, en la lengua no salen pelos.
-¿Y por qué la abuela decía ayer que la Paquita no tiene pelos en la lengua? – he dudado, aún con ella fuera, pues
se me había olvidado guardarla.
-Es una forma de hablar de los mayores - me
ha respondido, tras pasar unos segundos intentando adivinar lo que yo le
había dicho -. Significa que dice lo que piensa, sin callárselo, sin cortarse ni
un pelo.
-Ah, ah, ¿entonces no me van a salir pelos ahí
y está todo bien? – le he preguntado, con los ojos muy abiertos.
-Por supuesto que está todo bien, tienes la
lengua más bonita de todo el mundo mundial- y me ha dado un fuerte abrazo
mientras yo me apoyaba en su hombro, sonriendo.
Claro que, después de eso, tras llevarme al
comedor para desayunar, mientras tomaba mi cola cao tranquilamente, a mi mente
ha llegado una nueva idea que ha comenzado a intranquilizarme: Si cuando alguien dice
lo que piensa, no se corta ni un pelo, yo que no siempre digo lo que pienso, ¿me
voy a tener que cortar el pelo? ¿Voy a quedarme entonces calva?