Tom nunca había llegado a conocer a tía Margaret, pero siempre recibía un regalo suyo por su cumpleaños: agendas de papeles gruesos cosidos con hilo, collares y pulseras artesanales hechos con abalorios, velas de miel, perfumes personalizados. A él le encantaban y le permitía conjeturar cómo sería ella, si es que algún día llegaba a conocerla. Se la imaginaba con el pelo largo, recogido en infinitas trenzas que le llegaban hasta la cintura, gafas grandes sujetas con cinta aislante y ropas de muchos y vivos colores, sujetas por un cinturón con flecos colgando, siempre rodeada de tijeras, hilos de lana, goma eva, frascos de cristal y un montón de artilugios propios de una feria de artesanía.
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