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sábado, 18 de enero de 2020

Ogro, no me comas

Aquí os dejo un nuevo microrrelato, sobre un duendecillo y un ogro.

Ogro, no me comas


La respiración del duendecillo estaba disparada. Con los ojos abiertos de terror, arrebujado entre los matorrales, deseaba que el gigantesco ogro no diese con él. Sentía el retumbar de sus potentes pasos aproximándose. "Que no me encuentre, que no me encuentre" deseaba el duendecillo. Pero su corazón latía con tanta fuerza, que todos los habitantes del bosque debían de estar escuchándolo.

Vio a un conejito pasar a su lado, huyendo asustado, saltando a toda velocidad, antes de que la enorme cabeza del ogro apareciese junto a él.

-Ogro. Cocinar. Duende. Comer -dijo con una sonrisa llena de dientes amarillentos y rotos. Después, su inmensa manaza agarró al diminuto duendecillo y lo levantó en vilo -. Ogro. Cocinar. Duende. Comer -repitió, mientras volvía a ponerse en marcha, destruyendo toda la flora que se cruzaba en su camino.

-Por favor, por favor, no me hagas nada -lloriqueaba el duencecillo, mientras se removía entre sus gigantescos dedos.

-Ogro. Cocinar. Duende. Comer -le respondió el ogro, y apretó con mas fuerza su gran mano, si eso era posible, aplastando aún más al indefenso duendecillo.
El duencecillo probó, en la desesperación, a morder el dedazo, pero estaba más duro que una piedra y casi pierde un diente en el intento. Estaba completamente perdido.

Tras una larga caminata entre árboles, matorrales y piedras, el duendecillo ya había perdido toda la esperanza, y gimoteaba, imaginándose en la barriga de aquel terrible glotón. El ogro, mientras tanto, seguía con su letanía:

-Ogro. Cocinar. Duende. Comer.

Llegaron a una caverna, excavada en la montaña y tapada por las ramas de un árbol a punto de caerse. El ogro entró sin miramientos. Una pequeña hoguera iluminaba con pereza el interior, pero el duendecillo pudo distinguir una mesa destartalada en el centro y una silla alta y sin respaldo. Parecía más el tocón de un árbol. La mesa estaba lista, con un plato tapado, una servilleta mugrienta y unos cubiertos de madera.

-No me comas, por favor -intentó, por última vez, el duendecillo.

El ogro lo miró extrañado, dejó al duendecillo sin demasiado cuidado en la silla y levantó la tapa del plato. Unos guisantes con zanahorias inundaron los alrededores con un aroma delicioso.

-Ogro. Cocinar -especificó, señalando el plato -. Duende. Comer. 
Y el ogro se sentó junto al duendecillo para ver como disfrutaba de la comida que con tanto cariño había preparado para hacer amigos en su nuevo barrio.