El carrito de Miki, cargado con una bolsa de la compra atiborrada de productos infantiles, pañales, toallitas, potitos y cereales, pesaba una barbaridad, sobre todo al intentar subirlo al autobús sin nadie que se ofreciese a ayudarla. Miki se quejó cuando se le cayó Nuno, su muñeco dudú, y miró hacia arriba para ver si su madre se había dado por enterada. Raquel suspiró y se agachó para recogerlo mientras el tipo trajeado de pelo repeinado que prometía canas criticaba, detrás de ella, su lentitud; parecía que solo él tenía prisa y no podía perder el tiempo viendo como alguien recogía un muñecajo. Pero Raquel intentó con todas sus fuerzas no pensar en eso, evitó imaginarse a sí misma gritándole cuatro cosas hasta que le estallase la cabeza al tipo, quedando su cuerpo trajeado sin lugar para su pelo repeinado. No, Raquel no pensó en ello, bloqueó su mente y acarició la cabeza de Miki, que la miraba con curiosidad.
Buscó la tarjeta del autobús ante la desesperación del tipo trajeado, con las prisas se había olvidado de tenerla a mano, poniéndose más nerviosa aún, hasta que el conductor le concedió un respiro y la dejó entrar sin pagar. «Gracias, ahora paso la tarjeta en el lector de atrás» susurró ella agradecida, olvidando al tipo trajeado y viendo como Miki sonreía.